lunes, 22 de junio de 2009

Leíamos a Artaud, escuchábamos a King Crimson y escribíamos poemas


Carlos Barbarito

I

El hombre merece un destino superior al que le asigna el sistema - una de las consignas centrales del surrealismo. Quiero comenzar este escrito con esta afirmación porque me parece más que adecuada para hablar de un fenómeno que se dio a partir de los 70, la llamada prensa alternativa o subterránea. En estas apretadas líneas me resulta arduo, tal vez imposible, contextualizar aquellos acontecimientos, porque se dieron inmersos en un estado de cosas sumamente complejo, contradictorio; ahora se me ocurre representarlos con la figura de un mar encrespado, sucesión de violentas olas que, lejos de moverse en una dirección, se superponían, chocaban entre si, se alejaban unas de otras. Cada uno de los que intervinimos proveníamos de lugares diversos, de formaciones diferentes. Sabíamos que lo que hacíamos no era algo gratuito, al contrario, era peligroso. Ahora pienso que vivimos e hicimos dentro de una consciente o inconsciente ignorancia de lo que acechaba, porque de otro modo no hubiésemos hecho cosa alguna. O sí, nos hubiésemos resignado, como tantos, a acatar reglas de un aparato que medía el largo del pelo, vigilaba la sexualidad, acallaba lo distinto y mataba. Tiempos de la Triple A, prueba de laboratorio de lo que enseguida vendría, esa tremenda oscuridad que se abatió sobre nosotros. De una cosa estoy seguro, más allá de contradicciones, errores e ingenuidades, éramos cachorros, no fuimos obedientes. Y con esto quiero significar que nos movimos en busca de alternativas, tratamos de superar los estrechos límites que nos imponían, de llegar a nuevos horizontes. Es decir, procuramos una vida más abierta y plena. No fue la nuestra una experiencia prolongada, no tuvimos demasiado tiempo, desde aquí la veo como un relámpago, no contamos más que con un momento, trabajamos con la mayor intensidad posible. Editamos, viajamos, nos reunimos, conversamos, nos relacionamos hasta constituir una red. Pienso ahora en las herramientas con que contábamos, escasas, reducidas -el correo postal, el boca a boca, el mimeógrafo-. En estos días digitales me pregunto: ¿cómo hicimos?

II

Hablé de mimeógrafo. Ese aparato ahora prehistórico nos permitía publicar nuestras revistas y boletines. A partir de 1974 o 1975 nos reunimos un grupo de amigos, en Pergamino, en la oficina de mi padre, tesorero del sindicato de los trabajadores de correo. Era en la planta alta de una galería ya desaparecida. Llevábamos los esténciles con poemas, relatos, pensamientos, críticas de música, apuntes y aportes de las más diversas extracciones. Con grandes dificultades los reuníamos y editábamos para, luego, distribuirlos de mano en mano o por correo. Por alguna razón, nos convertimos en parte importante de un entramado que, en su clímax, abarcó gran parte del país. Pero esos papeles no eran un fin sino un medio. ¿Qué quiero decir con esto? Que ellos fueron un punto de partida. Porque nos permitieron la relación, el encuentro, la comunicación y el intercambio. En días en que los medios masivos, con su habitual carga de toxicidad -mezcla de distorsión, conformismo y vileza- se presentan como estación final, como único destino, hasta hacernos creer que no hay más realidad o mundo que el que muestran, recuerdo aquellas páginas abrochadas, con llamativos títulos, que procuraban ser mediadoras, herramientas, llaves. Es decir, nada de acercar algo digerido sino un nutriente a ser digerido, nada de algo acabado sino algunos elementos para ser discutidos, puestos en tela de juicio, nada de repeticiones sino un intento por ver las cosas de otro modo, situando la mira en otros lugares, en fisuras, sótanos y orillas. Sabíamos lo que pensaban los hombres y mujeres promedio de nosotros, los bienpensantes de aquellos que leíamos a Artaud, escuchábamos a King Crimson y escribíamos poemas. Éramos jóvenes, los jóvenes desde siempre son sospechosos, y, encima, traíamos un equipaje poco y nada habitual y a ese equipaje, como querían los surrealistas en sus momentos más vitales, pretendíamos que fuese una concepción del mundo. Una -léase- y no la única. Nunca logramos, por falta de medios y tiempo, conocernos todos -todavía hoy encuentro a personas que hicieron algo semejante en aquellas jornadas y de las que, en su momento, no tuvimos ni noticias-. Fuimos más de lo que sospechábamos los movidos por el espíritu de una época, tumultuosa, veloz, compleja.

III

¿Qué fue nosotros en todo este tiempo? Por mi parte, trabajé en revistas alternativas hasta 1982 o 1983. Un detalle, no menor: casi no escribí poesía durante la última dictadura. Apenas unos pocos que edité en desplegables o cuadernillos -que nunca considero en mi bibliografía- y otros que reuní en los que considero mis primeros títulos, en 1984 y 1985. La realidad política dispersó, en gran medida, aquellos grupos iniciales y los sobrevivientes -este concepto no es gratuito, al contrario- nos unimos a ediciones que, en los años de plomo, se movían entre intersticios, pliegues y fisuras. Yo jamás dejé de atender lo político y en aquellos años potencié lo que en mí bullía de modo un tanto inorgánico, larvado: una izquierda con foco en nuestra realidad próxima y no una que protestara por un hecho sucedido en Kuala Lumpur y obviara otro, semejante, acaecido a pocas cuadras de distancia. No fueron años fáciles, se sabe, no necesito agregar nada más; hubo amenazas e insultos de parte de sectores de la derecha, desde medios vinculados con el fascismo local. Proseguimos. Algún diario, en un artículo, incluyó alguna revista donde colaboraba entre las que ayudaron a terminar con el Proceso. Yo sólo sé que hice lo que debía hacer. Y sé también que aquello contra lo que luchábamos, usando la máquina de escribir, está lejos de haberse disipado; incluso, el diario que alabó nuestra labor es su vocero. Lo singular es que transgresión, cambio, novedad ya no tienen significado alguno, han sido vaciados de contenido. Aquello que era para nosotros, en los 70, un instrumento ahora es casi nada o, directamente, lo opuesto a lo que dicen que representa. Transgresión es hoy, desde hace mucho, acto de bufón ante la mirada aburrida del Rey. Y el bufón ya no se limita a actos en la corte, actúa para millones ante las cámaras y las pantallas multiplican su figura y movimientos hasta el infinito. Quiero decir, las alternativas han sido tomadas y resultan apenas odres desinflados que patean de un lado al otro. Hoy suena más que nunca aquella frase de Simón Rodríguez: O inventamos o erramos. O imaginamos o nos extraviamos para siempre. Tal vez en aquello que hicimos pueda extraerse alguna enseñanza. Si algo, aunque fuese mínimo, sirviera para aportar al presente, mutatis mutandis, me sentiría reconfortado.


Muñíz, 22 de junio de 2009

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1 comentario:

  1. Gracias por tu aporte Carlos. Esperamos que quienes participaron de aquella experiencia cuenten algo de sus vivecias aquí. Un abrazo

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Argensubte agradece tu comentario